En las antiguas tradiciones religiosas se encuentran los primeros sistemas para representar el Universo, que intentan explicar algunas categorías que expresan realidades colectivas, tales como tiempo y espacio.  Esas cosmologías aparecen cargadas de diversas valencias simbólicas que hacen al cosmos escenario de múltiples manifestaciones de lo sagrado.

Entre los antiguos mayas es posible encontrar en símbolos, mitos y prácticas rituales, imágenes que se remiten a una concepción estructurada del Universo, en la que se reconocen dos tradiciones complementarias:  una se refiere a la imagen zoomorfa del cosmos, y otra corresponde a un esquema geométrico del Universo.

El estudio de las referencias encontradas en diversas fuentes coloniales del área maya, tanto indígenas como españolas,  ha permitido conocer algunas de las figuras cosmológicas que estos grupos compartían durante el siglo XVI, que en general corresponden a la tradición geométrica del cosmos.  Cada uno de los elementos que conforman tiene asociadas valencias simbólicas que constituyen una gran imagen geométrica, cromática y vitalista del mundo.

Como en el pensamiento maya el binomio tiempo-espacio forma una unidad inseparable, sus expresiones presentan diversas significaciones conforme a los períodos con los que se relacionan  y los principios antagónicos que actúan conjuntamente en el Universo: “bien” y “mal”, luz y oscuridad, derecha-izquierda, este-oeste, arriba-abajo, cielo-inframundo etc.    Aunque cada sector cósmico se relacionaba más directamente con alguno de estos aspectos, siempre había otro principio antagónico actuando.

Siete grandes regiones del Universo Maya. Tres de ellas resultado de la clasificación en sentido vertical: cielo, tierra, inframundo.  Y cuatro en sentido horizontal, que podemos equiparar con los puntos cardinales básicos: este, oeste, norte, sur.

La estructura y significaciones que cada sector cósmico presenta, están vinculados con los mitos cosmogónicos, pues según el pensamiento maya, durante el proceso de creación se ordenan los elementos de acuerdo al papel que desempeñarán posteriormente.

El cielo es, según el Popol Vuh o Pop Wuj, un elemento en el cual los dioses creadores habitaban durante el tiempo primordial.  La misma idea parece encontrarse en el Chilam Balam de Chumayel, al relatar que las deidades de esa región fueron atacadas por las del mundo subterráneo, en una de las etapas del proceso cosmogónico.  Aún cuando son dos enfoques diferentes, es posible inferir que se refieren a la misma imagen: el cielo es el lugar donde habitan los seres creadores y sustentadores del orden cósmico.

La existencia de 13 capas superpuestas horizontalmente corresponden a una tradición de Yucatán, que se encuentra también entre algunos grupos mayas de Chiapas que al parecer presenta otra variante, en la que estas capas forman una especie de pirámide, que al ascender y descender por ella se recorren los 13 escalones, existiendo en ellos siete pisos.  En cada una de estas capas residiría una deidad o tal vez un astro.

Las referencias sobre los dioses de los cielos permiten deducir que sus funciones tienen relación con la fertilidad proveniente del cielo, es decir, con el bienestar del mundo.  Siendo estas actividades importantes para la vida humana, su ausencia es negativa, por lo que estos dioses resultan ambivalentes.

También esa ambivalencia se da en los cuerpos celestes, que presentan distintas significaciones en el pensamiento maya: parecen ser portadores de cargas de energía que influyen sobre el mundo y los humanos; quizás por su relación con la oscuridad (la mayoría son visibles solo durante la noche) se asocian con el aspecto negativo del cosmos; al ser luz, aparecen a veces como seres benéficos.

El Sol y la Luna presentan el cambio constante que hay en el Universo, por lo que fueron considerados como seres necesarios para iniciar el proceso del tiempo profano, dentro del cual el humano habita en el mundo.   Los mayas efectuaron observaciones astronómicas para conocer las influencias de los astros sobre el acontecer del mundo.

Al ser el cielo un elemento que existía antes de los procesos de creación y presentarse como punto de partida del ordenamiento cósmico,  y por relacionarse con deidades protectoras del bienestar terrestre y con la luz diurna, es considerado como un sitio positivo; sin embargo,  puede resultar negativo en algunos casos: cuando están visibles ciertos astros hay poca lluvia, o durante la noche.

Dentro del proceso cosmogónico maya, el plano terrestre ocupa un lugar preponderante, pues según la tradición quiché, es el primer sitio ordenado por los dioses, porque allí habitará el ser que sustentará a los creadores: el humano.   En las tradiciones de Yucatán hay una imagen similar; cuando la tierra está lista para ser habitada, el texto de Chumayel dice: “se despertó la tierra”, simbolizada por Itzam-cab-ain, el gran saurio.

Paralela a esta imagen animal se encuentra otra que se refiere a una superficie plana y probablemente cuadrada.  Quizás para indicar que la tierra es el lugar donde el hombre puede habitar, pues los grupos mayas actuales asocian el cuadrado con el mundo ordenado de la cultura, donde el ser humano reside.

El Centro del Mundo

Es una idea ampliamente difundida entre los mayas.  Un punto localizado simbólicamente en la tierra, que permite la comunicación con cielos e inframundo, así como con lo sagrado.  Se le asocian diversas imágenes; quizás una de las más significativas sea la de la ceiba, ya que hace las veces de centro, de Árbol de la Vida y de Árbol Cósmico.  También se encuentran otras formas arquetípicas de simbolizar este punto: escalera, ombligo, templo, cuerda, montaña, pirámide y corazón.

El Centro del Mundo es, además, donde se interceptan los 4 rumbos del Universo; división representada por 4 caminos de diferente color: rojo, blanco, negro y amarillo, que se dirigen hacia las 4 esquinas del Universo, quedando los puntos cardinales al centro de cada uno de los lados del mismo.  Estos 4 sectores tienen un sentido simbólico y ritual, más que geográfico o astronómico.