Amerikúa: historia e identidad por redefinir

Indígenas quechuas. Una muestra de la producción de su vestimenta que todavía hacen a mano.

Este artículo fue escrito para la revista De Vinculación y Ciencia, de la Universidad de Guadalajara, en un número especial dedicado a los pueblos indígenas. Es también la postura del Consejo de Cultura indígena, del Consejo Estatal para la Cultura y las Artes, de la Secretaría de Cultura de Jalisco, en el que el autor forma parte, ante los festejos del Bicentenario de la Independencia y Centenario de Revolución mexicana, a celebrarse en todo el país en 2010.

La historia e identidad de nuestro continente y sus civilizaciones está pendiente. Ya Enrique Dussel 1 ha señalado esta limitación. Destaca el eurocentrismo, el occidentalismo y el helenocentrismo: la visión dominante que menosprecia lo alcanzado por la nuestra y otras culturas.

En nuestras universidades, europeizadas, los alumnos estudian todo lo que sucedió allá, nunca lo de acá. Allá, les dicen, están los orígenes de todo: de la filosofía (por ende, del pensamiento), de la economía, la cultura, la medicina, la civilización. Allá comenzó la historia, la religión, la ciencia. Allá está la fuente y la raíz, los permisos, los principios de cualquier cosa y hasta las bendiciones.

Allá la mejor dieta (por años nos hicieron creer que lo mejor era comer leche, carne y huevos, alimentos tóxicos y difíciles de digerir y asimilar). Allá había paz; acá, guerra y sacrificios sangrientos (por supuesto nunca mencionan la quema de brujas y el asesinato por los clérigos cristianos de miles de inocentes durante la Inquisición). Allá había progreso, avances, luz, sabiduría, mitos, leyendas; acá, ignorancia, barbarie, retroceso, oscuridad.

Allá también, dicen, están todas las “bellas artes”. Nos critican de incultos y que no sabemos apreciarlas, porque no asistimos al encierro de sus salas de eventos. Es que creen allá que culto significa tener diplomas, títulos, leer muchos libros, ver cuadros colgados en la pared, lucir elegantes, repetir frases y fechas; creen que culto es solo a asistir a conciertos, galerías, museos, conferencias. Pero sucede que nuestros pueblos no son pasivos ni voraces consumidores. No les interesa ver, sino practicar. Nuestros pueblos practican la homocultura: cultivarse a sí mismos, es decir, meter las manos dentro del ser para sembrar las mejores semillas y cosechar los mejores frutos.

Nuestra homocultura puede sobre todo apreciarse cuando miles de danzantes toman las calles de las ciudades a participar en las fiestas religiosas y populares. En las artes “cultas” (de origen europeo), solo unos pocos, unos cuantos “elegidos” son los únicos autorizados y capaces y pueden practicarlas (después de años de encierro), el resto: niños, jóvenes, mujeres, adultos mayores deben conformarse con admirarlos, resignarse a ver cómo lo hacen y aplaudir su propia incultura: por uno que pinta, mil no lo hacen; por cinco que cantan, 100 mil analfabetas aplauden. Celebran a rabiar la destreza del otro, quedándose ellos mismos en la ignorancia. Ante su frustración, represión y falta de cultura, su única posibilidad es coleccionar  discos,  cd‟s,  videos  de  sus artistas favoritos; incapaces de to- car una tamborcito, una maraca, una simple flautita son empujados solo a consumir y comprar.

En nuestros pueblos el arte era accesible para todos. En las fiestas, todos danzaban: gobernantes, comerciantes, macehuales se reunían en plazas, mercados, jardines, centros ceremoniales y patios.

Lo   mismo   sucede   en los deportes “occidentales”: por cada dos, cinco, nueve, diez o 22 jugadores que hay en la cancha, millones se “emocionan” (gustos y placeres condicionados al estilo de los perritos de Pavlov o de las ratas de Skinner) tras las pantallas del televisor o en los estadios (también convertidas hoy en enormes cantinas).

Tratados como simples entes pasivos que siguen el calendario y las órdenes de quienes cada semana ponen a sus  “ídolos”  en  acción , los “aficionados” a los deportes    miran   las estadísticas, de las cuales ellos forman parte, para comprobar como cada año aumentan los problemas de obesidad y las enfermedades degenerativas, que galopan a placer pese a hospitales, farmacias y arsenal médico (que deja jugosas ganancias). Nuestra medicina, en cambio, no solo toma en cuenta el “cuerpo sano en mente sana” de los médicos occidentales (griegos), sino consideraron que la salud individual también de- pende de la salud de los demás: del pueblo, del ambiente, de ahí la importancia a la conservación y cuida- do de ríos, bosques, montañas, mares, animales, plantas, como factor indispensable de la salud de los individuos, además de una buena dieta; y, en casos de alteración, la utilización de plantas medicinales; la atención  de  parteras,  hueseros, pulsadores, rezadores de cerros; es decir, el uso de tratamientos naturales, inocuos, accesible para todos, sin efectos colaterales y económicos (requisitos ideales de la medicina del futuro, según consta en los requerimientos de la Organización Mundial de la Salud) y centrados en la psicoterapia mental y espiritual (psicología transpersonal, le llaman ahora de manera elegante ), pero que es relegada en los círculos académicos por no llenar los parámetros “científicos” de los dueños del negocio, y menospreciadas sus tratamientos mágico-psicológicos al calificar- los como mera superstición o prácticas empíricas (sí, algunas con más de tres, cinco o diez mil años de expe- riencia o más).

Contrastan en Mesoamérica, como base y fundamento de la salud de los pueblos, las más de mil 500 canchas para la práctica del juego de pelota encontradas en el territorio, en la que participaban todos los hombres, desde niños (el balón que es utilizado en la mayoría deportes actuales, tiene sus orígenes en la pelota de caucho que utilizaron los pueblos autóctonos).

Allá también, nos dicen, está la mejor música: clásica, culta; acá, folclore; allá; los grandes pintores, escultores, arquitectos; acá, artesanías y baratijas; allá, la moda, el glamour; acá, ropa corriente, burda, fea; allá, las lenguas romances y elegantes; acá, simples dialectos (la Unión Europea tiene 27 Estados miembros y 27 lenguas oficiales, en cambio, en nuestro continente aún persiste la pobreza lingüística por la miopía de los gobernantes con su mentalidad colonizada. Solo Paraguay tiene como idioma oficial obligatorio el guaraní, propio de esa cultura autóctona, junto al español).

Nuestra medicina no solo toma en cuenta el “cuerpo sano en mente sana” de los médicos occidentales (griegos), sino consideraron que la salud individual también de- pende de la salud de los demás: del pueblo, del ambiente, de ahí la importancia a la conservación y cuidado de ríos, bosques, montañas, mares, animales, plantas, como factor indispensable de la salud de los individuos.

Pareja de esposos nativos de una de las junglas más intricadas del Amazonas

Y ese “descubrimiento” incluye, por supuesto, desde el nombre: América. Dicen que el nombre tampoco es nuestro, sino surgió de allá, de Europa. Pero, para sorpresa de los colonizados (los hijos de Colón), América es una palabra autóctona.

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