SUS DOCUMENTOS
SERGE RAYNAUD de la FERRIÉRE

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Gran Fraternidad Universal
Serge Raynaud de la Ferriére, A.C.
S.I.E., Apartado 32.110, Guadalaiara, Jalisco, MEXICO

SEDE MUNDIAL
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EDITADO
Por el Comité de Publicaciones A.G.F.U.
Apartado Aéreo 3087 — Bogotá I, D.E. – Colombia

010 RECUERDO DE MI ESTADA CON EL MUY SUBLIME MAESTRE DR. SERGE RAYNAUD DE LA FERRIÉRE EN EL ASHRAM “EL LIMON”. VENEZUELA.

Eran los días del mes de enero de 1948. Me encontraba en el lugar la casa de la señora Luisa de la Ferriére, lugar donde por primera vez pernoctó nuestro Muy Sublime MAESTRE Serge Raynaud de la Ferriére.

Los días eran tibios, claros, llenos de alegría y una claridad para mí excepcional; en aquel lugar se respiraba un ambiente alegre, lleno de misterio. La figura del ”Maestro” con su blancura y su rostro nazareno constantemente nos transportaba a aquellos tiempos de Jesús, vivíamos como hechizados por su presencia magnética. Sus palabras, amalgama de español y francés, afinaban con sus expresiones, mitad adulta y mitad de niño.

Un lunes, algunos hermanos junto al Hermano Mayor (en aquellos tiempos el hermano Estrada) nos encontramos en un lugar de aquel sitio, llamado La Encrucijada. Esperábamos el bus que nos conduciría a Maracay, ciudad calurosa situada a 15 minutos de auto de aquel lugar. De pronto vimos que llegó una camioneta cerrada y apearon a una niña enferma que traían de un hospital, la introdujeron en una casita muy humilde que estaba a orillas de la carretera donde
esperábamos nuestro ómnibus.

Aquello no tuvo importancia para nosotros; pero un rato después salió de la casita una señora llorando y dirigiéndose al Maestro, le dijo: “Señor, por favor acérquese a ver a mi hija que está muy grave, usted puede curarla, hágalo por favor”.

En aquellos precisos momentos el Maestro estaba aparte conmigo en un lado de la carretera, los demás hermanos paseaban retirados mientras llegaba el bus. El Maestro con cierta austeridad le dijo: “sí hermana, vamos a su casa”. En seguida me dijo: “sígame, Estrada”. Le seguí y al llegar a la puerta de entrada (que no era la de la habitación de la paciente) volteó hacia atrás y me dijo: “Es tifoidea, Estrada, lo que tiene la niña”. Me extrañó que sin haber penetrado en la habitación de la enferma él supo lo que padecía sin haber tenido trato antes con esa familia.

Cuando penetramos a la habitación, la niña presentaba un rostro casi cadavérico, completamente descarnada. Estaba tendida boca arriba con los ojos entreabiertos. El Maestro le tocó la frente como si le tomase la temperatura, luego abrió los brazos al cielo y no sé qué palabras pronunció muy suavemente. Luego comenzó (después de hacerle la cruz en la frente) a darle pasos magnéticos. Cuando terminó volvió a ponerle la mano en la frente y dijo estas palabras: ” ¡ya está! “; vámonos, Estrada”. La niña en aquel momento no hizo ningún movimiento, permaneció en la misma posición con los ojos entreabiertos.

Nos despedimos de la familia, que se había quedado en la sala (un cuartito muy pequeño), y salimos.

Momentos después nos encontrábamos de nuevo en la carretera esperando el bus, cuando de pronto viene apurado el padre de la niña y con toda reverencia y alegría le dice: “gracias, señor, por la curación de mi hija; se levantó perfectamente bien, Señor, no tengo con qué pagarle la salud de mi hija”. El Maestro, sonriendo, le dijo: “es placer para mí, hermano, su alegría”.

El padre de la niña al vernos esperando el bus no dijo: ¿ustedes son del Señor? , y todos le dijimos: somos discípulos de él. Nos invitó a entrar a la camioneta, y ya dentro, veíamos por dos cristales ovalados que estaban en las puertas traseras del vehículo por donde el chofer veía el camino a la espalda, el rostro del Maestro que trataba de vernos por los cristales. Como la camioneta era muy encerrada (era para mercancías y no para pasajeros) no se oía de afuera lo que hablábamos; unos a otros nos decíamos: ¿a quién se les parece ese rostro enmarcado en el óvalo del cristal? , todos estábamos de acuerdo en aquel momento en que era la figura más parecida a Cristo, que habíamos visto. El Maestro sonreía al vernos apretujados en el interior del vehículo. Por fin la camioneta “arrancó”y vimos la figura nazarena que con la mano derecha en alto se nos alejaba sin moverse de su puesto. Durante todo el camino el objeto de la conversación fue el rostro del Maestro, su dulzura al vernos por los cristales, y el acontecimiento de la curación de la niña.

Fue aquel acontecimiento el primero que le vi al comenzar su período de curación. La segunda vez que le vi hacer curaciones fue en el Viernes Santo de ese mismo año en el lugar que hoy ocupan los dormitorios del Templo de Caracas. Fue algo maravilloso, pero ésto lo describiré en otro trabajo ya que muchas cosas tengo que dar al mundo referente a su vida en Caracas y en Maracay, desde luego obedeciendo a aquellas palabras que un día en la misma encrucijada me dijo: “Yo tengo el salario para los que trabajan, pero tienen que ganárselo”. Diciendo esto se llevó los dedos índice y pulgar al bolsilIito de la pretina del pantalón. El se refería a que teníamos que trabajar sobre nuestras taras, cambiar de modo de ser y a la vez trabajar por la Orden. Y ahí me dijo estas palabras: “Estrada, vosotros teneís que escribir el nuevo evangelio, entiéndalo”. Más tarde supe que a nadie más había dicho esto.

Tengo recuerdos para llenar cuartillas y más cuartillas las que llenaré lentamente por fragmentos.

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